Siempre fui una guerrera. Siempre me protegí
cuando las catástrofes sucedían, y si hoy estoy salvo es por mi propia
convicción de estarlo. A veces muchas personas no pueden ver la armadura que
llevo conmigo a todos lados, porque para poder verme, realmente verme, tienen
que conocer mi historia. Las veces que caí fue por confiar en las personas
equivocadas, y muchas veces, por intentar confiar mucho en los demás y poco
en mí. Mi habitación se transformó en el cementerio de mis lágrimas. Y estuvo
bien por mí, entendí en su debido momento que no había espacio en otro lugar
para mi dolor. Supongo que hasta hoy sueño con que eso cambie. Con encontrar a
alguien con quien compartir lo que sea. Porque estoy dispuesta, porque pasé por
el infierno y volví, y sé que, en fondo, al menos no voy a quedarme sola por no
intentar. Soy una guerrera porque así nací, preparada para afrontar todas las
batallas que se me presenten y de caer, hacerlo con la cabeza bien en alto.
Nadie parece entender que cuando pasas por tantas cosas, eventualmente,
terminas por vivir pensando que siempre va a haber una cuota dolor con la que
convivir, sin importar donde yo este. Y sé que no debería decirlo en voz alta,
pero siento que tengo que ser sincera.