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Yo amo, Japan

Leéme


miércoles, 10 de febrero de 2010


Estando frente a lo que podría llamar el infinito paraíso, o como todos conocen Isla margarita, mis ideas dan vuelta por mi cabeza como el viento al jugar su papel de amante con mi pelo. Aquel sinfín de recuerdos malos y buenos, me llenaba de vida. Vivir es justamente eso, pasar por todo tipo de momentos, sin importar que tan positivos o negativos sean, es respirar y sentir el aire correr por tus pulmones. Por aquel horizonte donde salía el sol era por donde mis alegrías me esperaban llenas de un ansia peligrosa. Ese gusto salado que desprendía el viento se adhería en mi boca y el masoquismo que el agua sentía al golpear contra las rocas me abrazaba fuerte. Aquel mar me llenaba de una paz y una adrenalina que me hacía sentir viva. Sin autocastigarme, sin tener que dejar de comer, sin importar lo que haya hecho o quién era. Me llena de anhelo y felicidad saber que no era tan peligrosa y fría como muchos se dieron el gusto de calificarme. Mis ojos se llenaban constantemente de ilusiones nuevas, de un verde topacio que brillaba por sobre todo el dolor que mi cuerpo llevaba, de lágrimas (de las que salen por felicidad) y la soledad había dejado de apretujarme el corazón. Había vuelto a latir, sentir y vibrar y todo por el simple hecho de desearlo, no porque alguien se lo pedía. Mis ideas jugaban conmigo a la par y no contra mí. Me gustaba como se sentía que algo tan sencillo, inocente y furioso (cuando lo provocaban) pudiera llenarme de tantos silencios ruidosos y quitarme todos los problemas de la cabeza, de los hombros. Me libera de ese gran peso que día a día me obligaba a cargar. Después de tanta espera, por fin, pude respirar aire puro y de una manera sana. Y eso que sano no es un adjetivo muy frecuente en mi diccionario. El dolor que sentía cuando caminaba por las calles de Nueva Esparta había desparecido recién estando a más de mil kilómetros de distancia. La arena de lo que llamé paraíso o una simple playa para cualquiera, me rozaba, me acariciaba como agradecida, regalándome sonrisas, reflexiones y tranquilidades. Adoré poder sentir que todavía puedo tener algo de calidez dentro mío, algo de amor, de ternura y bondadoso. No, parece que no soy un hielo, no cerca de lo que disfruto, de las compañías calladas, de las ruidosas, de las buenas. Su adrenalina, su forma de dejarse manejar y moldear, de adaptarse a esto que creamos, de este monstruo que carcome la naturaleza, que nos come la cabeza. Su voracidad era la única que consumía las horas como haciéndose dueño de todo lo que tenía alrededor, tenía ese extraordinario poder de hipnotizar a la gente con tan sólo estar alrededor de ellos. Aquel país fue donde, después de un año de morir por ir allá, agitado y tortuosa, pude entender que vivo, respiro y lloro como cualquier otra persona lo hace. Quizás la diferencia se encuentra en los problemas que cada uno acarrea, pero todos tenemos esos días de mierda, esas caras tristes, las que expresan felicidad y hasta unos más "suerte" o llamémosle fortuna que otros. Tengo en mente que ahora, habiendo vuelto al lugar donde no pertenezco (donde actualmente estoy), todas las penas, agonías y dolores volverán e incluso todos esos pensamientos buenos se reconviertan en malos, pero a pesar de todo, de todos y hasta de mí, sobreviviré. Porque, a fin de cuenta eso es lo que todos hacemos, sobrevivir.