
Yo creo que a medida que creces vas perdiendo muchas cosas. Los escrúpulos, por ejemplo. Yo hoy me he dado cuenta de que ya no me da asco el barro y mucho menos beber del vaso de alguien que desconozco. Me da miedo pensar que perdemos los escrúpulos porque todo nos da un poco más igual, que ya no importa si te entra un herpes labial o perder cinco minutos más limpiando unos zapatos que eran grises. Las personas, cuando crecen, también discuten menos. A mí, personalmente, ya no me da la gana gastar saliva para explicar lo mismo cientos de veces, como cuando era pequeña. Ya no me empeño por dejar mi opinión patente, ni porque me tengan en cuenta. No sé si es que te vas cansando o vas priorizando. Y creo que, a medida que crecemos, vamos perdiendo la ilusión por muchas cosas. Dejamos de ver a Cristo como un Dios que nos creó para empezar a verlo como arte pintado en la pared del salón. También pierdes el gusto por cosas que antes parecían imprescindibles en tu vida. Ya no importa que la plancha del pelo no sea rosa y se llame philips ni que las rosas del salón sean claveles, y no rosas. Yo sólo creo que hay una cosa que nunca se pierde, o que yo al menos no pienso perder. La esencia del arte incrustado en historias bonitas. Creo y prometo seguir creyendo ahora, siempre y durante el resto de mi vida en las historias bonitas. Y que nadie intente lo contrario, porque simplemente perdería el tiempo. Y no es precisamente algo que últimamente nos sobre por aquí.