No estoy en mi mejor día, no puedo evitar que hasta la broma más
chistosa me suene pesada. Quisiera, no lo se, llorar al menos, pero se
que no lo haré. En estos tiempos, cuando me siento mal, ya no encuentro
ni siquiera las fuerzas para desahogarme en un llanto que diga algo, que
exprese dolor, sufrimiento, lo que sea. Me río de mi estado, deprimente
y solitario. Se aproxima mi cumpleaños y estoy planificando una fiesta,
pero este año no le veo mucho sentido, será todo esta cantidad de
personas que conozco, en mi casa, todos fingiendo conversaciones
totalmente superfluas que llegan a ser interesantes, algunas con sus
novios, besándose en algún rincón del jardín. Hace poco, mi papá me dijo
que el amor no se ruega, que si no proviene de la otra persona
voluntariamente entonces probablemente, no lo sienta. Me siento así,
rogando cariño cuando les pido a todos por favor que asistan a una
fiesta, rogando sentirme querida, rogando que alguien le importe una
mierda cuantos años
cumplo o cómo la estoy pasando. Cuando me dijo eso, me di cuenta de que
siempre fui esa mujer que suplicaba por tener un lugar en la vida de sus
allegados, que quieran quererme, en intentos desesperados, incluso
reclamaba ese amor seco y a medias. Porque si ruegas amor y te lo dan,
bueno, eso no es amor, es compasión. Ahora lo siento. Veo que nadie se
interesa por mí, que sólo vienen para quedar bien y saciar mi falta de
cariño, y responder a mi ruego como los dioses a los creyentes.