sábado, 16 de junio de 2012
Mama y papá me tratan como si fuese este pedazo de carne, incapaz, que
no posee voz propia. Y me dejo, muchas veces, dominar por sus palabras
que encuentran las formas de extorsionarme y convencerme de hacer cosas
que no quiero hacer. Soy más que un acreedor y un deudor, soy hija, soy
pariente, soy sangre de su sangre. Me decepcionan que sigan creyendo
tras todo este tiempo, que el dinero es capaz de comprar la felicidad. Papá no entiende que esa plata no me interesa, que es solo
eso, es papel con valor. Es un estilo de indemnización que se me dio por
todas las discusiones que tuve que soportar. Era una nena, que se convirtió en mujer de
un día para el otro. Todos se fueron y me dejaron, recogiendo los papelitos tizú
que mamá usaba para limpiar sus lagrimas, sus desilusiones. Y mamá que
está exaltada, feliz en cierto punto por hacerle pagar toda las suyas,
haberla dejado. Es una guerra en la que yo estoy en el
medio. Es una guerra que no quiero ni estoy dispuesta a vivir. No quiero
ese dinero, para mi está sucio. Lleno de infelicidades, de mentiras, de
dolor y de odio. Esto nunca fue un negocio. Soy hija, ellos son mis
papas y a veces simulan ser simples y extraños, negociando en nombre del
cariño.


