
Había terminado con mi rutina: había cumplido con la asistencia a la universidad, leer en la biblioteca, llegar a casa sana y salva, y correr. Caminando, cansada, agotada y toda transpirada decidí sentarme un poco antes de dirigirme a casa. Debo ser sincera, desde donde vivo, hay una vista que no puede compararse: toda la ciudad a mis santos pies. Se pueden ver de techo a techo las luces de las casas y edificios prendiéndose a eso de las 6:30 de la noche. Agitada todavía, me quedé pensando qué es lo que hacía en esa ciudad. Soy mayor de edad y quiero saber donde pertenezco, no quiero cometer más errores, no quiero vivir como no deseo hacerlo. Necesito empezar a tener control sobre mi vida o por lo menos, sobre aquellas cosas que puedo decidir y elegir. Escuchando los autos pasando a mí alrededor en aquel infinito acceso, sentí rozarme el viento que este otoño trajo consigo. Sonreí con su susurro y me dije en voz alta para mí misma: "No , tú no perteneces acá". Y riéndome de la ironía que me tiene atrapada en esta capital, me levanté y dejé a aquel paisaje ser parte de aquello a lo que yo nunca iba a poder ser parte: el mundo.