
Cada uno se da cuenta. Me di cuenta supongo. La soledad es mejor que estar con un grupo de personas ya sea en un determinado lugar. Disfruto estar sola, escuchar música y leer mis libros, serena, en soledad, con silencio o ruido que no me implique fingir. Sin embargo, he aquí mi contradicción, me agrada el silencio pero me resquebraja. Es como si me estrangulara lento, suave y constante. Me destroza y como estoy acostumbrada al dolor que supone, hago como si nada pasase. Así como con el silencio, me pasa con los alimentos, no como por hambre, como por gula, por ese dolor que quiebra y es tan pausado que uno no puede sentirlo en el momento, sino que las consecuencias aparecen a largo plazo. Estar con gente me carga de expectativas porque confundo mi caretas con mi verdadera personalidad, olvido quien soy y me pongo en un papel de extrovertida, alegre, consejera, tierna, defensora, introvertida, fuerte, invencible, mujer, tímida, silenciosa, ruidosa, chillona, lectora compulsiva, lo que sea. Soy teóricamente implacable en mi papel de actriz. Me río de aquello porque detesto hacer teatro, soy imperfecta forzándolo pero en la vida cotidiana me sale como a los demás les sale hablar a las espaldas de otros. Es decir, podría pasar mi puta vida siendo, escritora, débil cuando necesito y fuerte cuando lo siento, sentimental cuando lo deseo y enojona cuando me salga, alegre cuando el día me sonría y melancólica cuando el día se nuble, defenderme de los demás cuando sea justo y necesario y quedarme taciturna cuando tengan la razón, estando en silencio junto con mis canciones favoritas y llorando si lo creo necesario, pero no, ellos me escogen. Me sellan, me cortan, me tallan y hacen figuritas de papel conmigo. A pesar de todo, me conformo con esto. Es lo que hay y si está conmigo, es porque lo merezco. Soy lo que soy porque soy de lo que hice. A buen costo me he ganado un vale al infierno en el que me obligo a convivir.