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Yo amo, Japan

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sábado, 4 de junio de 2011

Fragmento - 2009


Ahora que lo reeleo me pone nostalgia, especialmente ahora que aún apartandome de ti me vuelve a llamar como una descarada. Ojala algún día me atreva a colocar todo lo que paso ese día, porque la redacción es muy larga. Llleva más o menos 5 hojas
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[...] Agarré el vaso e intenté romperlo contra la mesada pero no se rompía, me dije que ese vaso se iba a romper por más que tuviese que estar toda la noche intentándolo. Lo tiré con fuerza al piso, como aquella vez que tire uno contra la pared, se rompió en mil pedazos. Estaba como yo, roto y sin reparación alguna. Creí escuchar un grito dentro mío sintiendo el dolor que aquel vaso no podía decir, que no podía explicar pero tampoco podía callar. Mamá vino hacia la cocina por el estruendo, me preguntó que había pasado y como una buena mentirosa le dije que el vaso se me había resbalado de las manos (y digo que es una excusa inteligente porque soy un poco despistada y me temblaban las manos). Aquel fue el pie para que siguiese diciéndome lo inútil, egoísta y estúpida que era. No sabía si llorar, gritarle o irme de la casa. Ninguna era una solución, todas iban a causar más y más problemas. Estaba tan superada por sus palabras, sus insultos, sus gritos que decidí cortar de raíz el problema. El problema, era yo. Agarre dos vidrios y me fui a mi habitación dejando a mamá atrás hablando sola y seguramente maldiciéndome como le gustó hacer esa noche. Cuando se dio cuenta de que me fui muy sigilosa y rápidamente, me siguió. Mientras yo intentaba entenderme, ¿quería hacer eso? ¿Lo deseaba o solo era por falta de argumentos y razones? La verdad es que tenía mis motivos, los sentía en mi piel, me corría el aborrecimiento por las venas y los huesos, por creer todo lo que mamá me decía, por sentir que su mentira era mi verdad. Fue entonces cuando entro en mi habitación y empezamos a forzar con la puerta. En una de mis manos la puerta y en la otra los dos vidrios filosos y exasperados por sentirme, por rozarme, por saborear mi sangre. Tras una larga nueva discusión, me dispuse a amenazarla con llamar a la policía, pero debo decir que no tenía las agallas, me llevarían a mí sí me veían con los vidrios, me iban a creer una loca y darle la razón a mamá con los humos volando en su cabeza no era lo más apropiado. Decidí llamar a papá, cuando me contestó solo pude articular unas pocas palabras que alcanzaron para desesperarlo y traerlo unos diez minutos tarde a mi casa: "papá tengo dos vidrios en la mano" y me largué a llorar como una desesperada. Mamá miraba y seguramente reía sínicamente por dentro. Corté la comunicación. No podía hablar, mi alma sentía que se le caía un mundo de ilusiones y sonrisas fingidas sobre sus paredes ahora tan frágiles. La idea de intentar vivir, de intentar respirar como cualquier otra persona se había desvanecido completamente, para siempre.