Mi foto
Yo amo, Japan

Leéme


jueves, 18 de febrero de 2010


Todavía me acuerdo de aquellos días en los que conservaba mil sueños e ilusiones hechas de ficción. Creaba fantasías y expectativas día a día como hoy lo hago con las mentiras. Desde ese entonces, sólo me quedan las imágenes en las que aparezco con una sonrisa dibujada en los labios que parecía pertenecer y apropiarse naturalmente de mi rostro todo el tiempo, nunca me dejaba. Esas sonrisas de soñadora, desaparecieron. Solo quedan millones de fotografías que hablan por los mismos recuerdos, de años de gloria y felicidad. Entorno pasan los años, se nota como voy forzando la sonrisa como si fuese falsa o hecha de papel y que apenas terminaran de sacar la foto, se borra. Cada vez que veo los videos o aquellas fotografías lloro porque envidio mi vida de antes, esa fuerza que emanaba de los ojos hasta tal punto que podía transmitirla, las esperanzas y la inocencia que alimentaba mi cuerpo sano que no se imaginaba que con el tiempo se convertiría en un simple enemigo. Le envidio porque tiene todas las cosas de las que hoy en día carezco. Para nunca olvidar, tengo mi caja personal de recuerdos. En verdad, mamá tiene millones de ellas, pero esta es especial. No tiene tantas cosas pero si las esenciales o por lo menos las que creí importantes de chica. En ella hay fotos de cada una de los familiares, de mis papás siendo jóvenes (en blanco y negro), entradas de recitales y de taquilla de cine, cartas que me han enviado y otras tanto que nunca tuve la valentía de enviar, tarjetas de cumpleaños y apenas unas cosas más. Cada vez que siento que me olvido de quien soy, del porque sigo caminando la vida y que hice de ella, abro aquella caja rectangular de cartón y me hundo en un pasado sin precedentes, donde todo era más simple y la gente menos superficial. Aunque puede que mirar pasar los momentos de la vida en collages no cambie nada de mi realidad, las observo pasar frente a mí recordando los momentos como películas, me ayuda a tranquilizar a mi subconsciente y decirme que todo está relativamente en orden. Sigo estando, con mi cuerpo y mis alas cortadas, pero estando y eso es lo que siempre intento recordarme. Llegan momentos, en los que a uno no le basta con tocarse el cuerpo para sentirse vivo. Me dejo desmoronar en el piso, rodeada de mis fantasías, esperando que entren en mi cabeza y renazcan, que resurjan de las cenizas que hay en mí. Acostada, lloro y me río de la rapidez con la que podemos quitarnos y darnos las cosas. Creo que nunca voy a dejar de preguntarme por qué todos tenemos esta constancia de olvidar las cosas buenas, de aquellas que valen y hacen la vida tan bella como dicen algunos que es para elegir revolcarnos sobre la oscuridad y la maldad de aquellas cosas malas por las que pasamos, de las culpas, de los remordimientos, de los reproches cosechados, quejándonos de las faltas como si no tuviéramos nada. Sería lindo que aprendamos a vivir de las cosas buenas, de aquellos momentos que nos dan felicidad y tranquilidad y poder dejar de lado aquellas cosas que nos hacen perdernos de a poco, olvidarnos de la magia que se esconde tras las cosas simples que no hace falta ver para sentirlas. Para no perder la pureza del alma.